Herman Mussert, erudito neerlandés, profesor de lenguas clásicas, se acuesta en su apartamento de Amsterdam y a la mañana siguiente se despierta en un hotel de Lisboa. Así comienza esta inusual historia sobre «las misteriosas maniobras mentales necesarias para pasar de un estado de ser a otro». Mussert, apodado Sócrates por sus alumnos, es un hombre feo que ama la belleza –no la visible, la inmediatamente palpable, sino esa otra que permanece escondida tras los muros sintácticos del latín–. Su sensibilidad extraviada, irónica y ardiente, le lleva a referir el adulterio que cometió una vez con expresiones de conmovedora extrañeza; insólita es también su forma de explicar la presencia del mundo grecolatino en el nuestro. El lector acatará la fábula seducido tanto por el muy delicado tono de voz del personaje como por los valiosos materiales que componen su discurso: la enseñanza de los clásicos, el pensamiento científico o el sentido del humor. La historia siguiente es un texto sin par en la literatura contemporánea: una meditación sobre la metafísica de la muerte considerada desde cierta íntima, imaginativa, exacta, serenidad.